Por: Santiago Rivas
En casi todas las oportunidades en que se analiza el poder militar de los estados, solo se consideran números de material y cantidad de personal, como si eso determinara de manera rápida la capacidad de ese estado. Algunos van más allá y ahondan en el modelo de cada equipo que poseen o una capacidad teórica en función de lo que dice el fabricante de ese equipamiento o lo que dicen algunos medios especializados.
Sin embargo, el poder militar real es algo mucho más complejo que saber cuántos aviones de combate, tanques, fragatas y hombres tiene una fuerza armada, sino que se da por la capacidad real que tiene ese personal de lograr el empleo de todas las capacidades que dicho material posee, de la mejor manera posible, a la vez que ese poder también depende de los sistemas que ese material tiene, su disponibilidad y la cantidad de municiones o armamento lanzable con que se cuenta para poder sostener un conflicto prolongado, entre otros factores.
Por ejemplo, de nada sirve tener el avión más moderno y con los sistemas y misiles más modernos, si solo cuento con inventario de un par de misiles, que no definirían el conflicto. La dotación de armamento lanzable o de municiones es algo en lo que muy pocas veces se pone énfasis, pero es lo que le permite a una fuerza poder sostener la guerra más allá de las primeras horas y, salvo raras excepciones en donde se pueda contar con una superioridad abrumadora sobre el oponente, una guerra no se resuelve en horas o un par de días.
El primer punto que define la capacidad real de unas fuerzas armadas reside en la capacidad de su alto mando de llevar adelante una planificación correcta y un uso adecuado de sus recursos para hacer frente a su oponente. La estrategia, el liderazgo y eficiencia en el mando son el primer paso para lograr una victoria militar y no han sido pocos los casos en donde fuerzas inferiores han derrotado a ejércitos más poderosos, solo por haber tenido mejores jefes.
El segundo punto, desde el personal, radica en la motivación de éste, desde oficiales hasta soldados, y su disciplina. Aquí es donde la calidad gana sobre la cantidad.

Como ejemplo, en el combate de Playa Larga durante la invasión de Bahía de Cochinos en Cuba en 1961, una compañía reforzada de exiliados (a pesar de que le habían puesto el nombre de batallón), pudo derrotar a varios batallones de milicias castristas apoyadas por tanques y artillería. Un correcto uso del poder de fuego por personal más entrenado y disciplinado permitió mantener a raya durante muchas horas a fuerzas varias veces superiores en número y equipo, causándoles una enorme cantidad de bajas. Pero fue, a la vez, el agotamiento de su munición y la imposibilidad de tener un relevo luego de combatir toda la noche, lo que obligó a los exiliados a replegarse a Playa Girón antes de que se inicie un nuevo ataque por parte de tropas de refuerzo castristas.
En este punto, es importante tener en cuenta que, en general, las milicias nunca han podido vencer a ejércitos bien entrenados, disciplinados y motivados, aun teniendo una enorme superioridad numérica. Casi nunca las milicias poseen los dos primeros puntos y en muchos casos tampoco tienen la motivación.
Hoy se ve, por ejemplo, que el gobierno venezolano plantea emplear milicias ante una supuesta intervención estadounidense, cuando éstas no tienen en su mayoría ni entrenamiento adecuado, ni disciplina ni motivación. En las fotos y videos difundidos tampoco se ve que tengan armamento adecuado.
Cuando en 2015 visité algunas bases aéreas de Venezuela, estos puntos, que vi también entre los oficiales y suboficiales, me llamaron la atención por sobre otras cosas. Bases sin seguridad (por ejemplo, pude llegar a la plataforma de la base El Libertador y caminar entre sus aeronaves con todo mi equipo sin haber pasado ningún control de seguridad desde la propia calle), con material en estado de abandono o casi abandonado y cuestiones que parecen menores pero denotan la moral del personal: pasto sin cortar, edificios en mal estado y sucios, alimentación de mala calidad y escasez hasta de cubiertos (en una de las bases tuve que conseguirme mis cubiertos para poder comer), aunque nunca estaba faltante la propaganda política.
Como ejemplo, en El Libertador pude ver los sistemas antiaéreos S-125 Pechora-2M, junto a los camiones con los radares móviles, prácticamente abandonados bajo el sol, donde ya se veía la pintura gastada por el tiempo a la intemperie (lo cual significa una mayor necesidad de mantenimiento para mantener sus sistemas operativos). Pero esto no sucedía por falta de espacio para guardarlos, ya que cerca de ellos había una buena cantidad de hangaretes vacíos o con vehículos civiles. Simplemente a nadie le interesaba resguardarlos, a pesar de ser equipamiento bastante nuevo.

Otro ejemplo ocurrió con los helicópteros Mi-26 del Ejército Venezolano. Cuando se vencieron y era necesario enviarlos a Rusia para inspección, se percataron de que solo se los podía llevar en buque, pero las aeronaves ya no podían volar y para llevarlos desde La Carlota, en Caracas, hasta el puerto de Maiquetía, el camino tiene túneles por donde no pasan los helicópteros. Simplemente nadie planificó en base a esta realidad. Así, hoy yacen abandonados desde hace más de cinco años.
En el material, el primer punto cuando se nombran cantidades de equipos es ver de qué equipamiento se trata. En aviones de combate, pero se aplica a otras aeronaves, material terrestre y naval, anteriormente me referí a este tema, sobre qué debe tener un avión para ser bueno o malo y eso no está solo en el modelo de avión, sino en todo lo que lleva dentro y cómo será empleado. También, cuál es su estado operativo (no solo que vuele, navegue o funcione, sino qué porcentaje de sus sistemas está en servicio y si hay sistemas faltantes) y la calidad del mantenimiento (no solo que el equipamiento funcione, sino que sus componentes fallen menos). No alcanza solo con tener muchos, sino que, a la hora de usarlos, estos sean efectivos contra el oponente, sea porque hay un alto porcentaje de operatividad, porque tienen sistemas modernos y en funcionamiento, y porque quienes los operan sepan hacerlo adecuadamente.
En el caso de Venezuela, ante la posibilidad, nuevamente, de una intervención de Estados Unidos, hay que tener en cuenta varios aspectos. El primero de ellos, como indiqué arriba, es la motivación y la formación del personal, donde creo que, en los casos en que hay motivación se trata de cuadros políticos, con poca o nula formación militar y capacidad para ser eficientes. Ya ha habido muchos casos en que gobiernos dictatoriales premiaron en cargos de alto mando a los cuadros políticos por sobre los oficiales eficientes, y los resultados siempre fueron catastróficos. Casi todo el personal de calidad de las fuerzas armadas venezolanas hoy está en el exilio o preso. Y los pocos que puedan quedar que tengan alguna buena formación, carecen de motivación para ir a hacerse matar en la defensa del chavismo.

El segundo punto está en la operatividad del equipamiento. Luego del accidente del Su30Mk2 el 16 de noviembre de 2019, donde la falla de los asientos eyectables llevó a la pérdida de sus dos pilotos (que, a la vez, eran los más experimentados en el modelo) llevó a la paralización prácticamente total del sistema de armas, del cual ya había apenas una media docena disponibles. El Su30Mk2 es un avión demasiado complejo y difícil de mantener operativo, además de tener un altísimo costo operativo, lo que ha llevado no solo a que la cantidad en servicio sea muy baja, sino que, como se evidenció en el accidente, se volaba sin sistemas básicos operativos, como los asientos eyectables. A esto hay que sumar la dudosa operatividad del armamento entregado por Rusia hace ya 14 años.
Por su parte, la flota de F-16 ha corrido una suerte similar, aunque mantiene una operatividad de un par de ejemplares con tecnología de hace más de 30 años y sin misiles operativos, lo que hace que su capacidad real de combate sea muy limitada. A eso se suma que la cantidad de pilotos habilitados en el modelo no pasa la media docena. Formar pilotos lleva muchos años y sin pilotos los aviones no vuelan. Esto significa que, ante una posibilidad de intervención inminente, en el mejor de los casos podrían llegar a volar hasta media docena de F-16. En el caso del Su30, la cantidad de pilotos habilitados es igual o menor.
En gran parte, la paralización de la Aviación Militar de Venezuela se ha debido a la poca confianza que el régimen tiene en su personal, al igual que ha sucedido con la Armada. Las distintas purgas y los retiros de todos los que no eran adictos al régimen dejó a unas fuerzas sin personal calificado, sin mucha experiencia y que, en general, no ha realizado ejercicios de tiro ni tiene mucho adiestramiento ni experiencia.
Otro problema está en que la mayor parte del personal técnico no está debidamente preparado ni motivado para mantener el material en las mejores condiciones, a lo que se ha sumado una creciente falta de presupuesto.

El incidente del patrullero oceánico Naiguatá, cuando intentó detener al crucero Resolute el pasado 30 de marzo, demuestra una vez más el bajo nivel de preparación del personal venezolano, que perdió uno de los buques más modernos de su flota cuando, violando la normativa que establece cómo se realiza el control de tráfico marítimo, el patrullero se acercó peligrosamente al buque de pasajeros (el procedimiento de control se hace por radio a una distancia prudencial), al punto de que éste impactó con su proa al patrullero. Por los datos disponibles, queda en evidencia una falla en la manera en que la tripulación del Naiguatá llevó a cabo el procedimiento, poniéndose en riesgo innecesariamente y a la vez poniendo en riesgo a los ocupantes del otro buque, generando, finalmente, la pérdida del buque de patrulla, de tan solo once años de antigüedad. Hoy, la capacidad de combate de la Armada Venezolana es prácticamente nula, con solo unos pocos buques de patrulla y lanchas rápidas en servicio.
Por eso, a la hora de ver la capacidad real de una fuerza armada, es importante tomar en cuenta estos parámetros y no solo cantidades de equipos, personal y sus supuestas prestaciones en escenarios ideales. Tampoco tomar muy en cuenta la propaganda de los fabricantes de armas ni la propaganda política de los gobiernos, sino apuntar a ver más en profundidad la realidad de esos equipos y las fuerzas.
Todo el armamento del mundo es infalible si le creemos a sus fabricantes, hasta que entran en combate (como fue el caso reciente del sistema ruso Pantsir-S1, destruido recientemente por los israelíes en Siria), y aun así, la falibilidad o no es relativa, ya que depende muchos de las condiciones en que se desarrolló el conflicto y también, cuando se lee posteriormente sobre el armamento, en cómo se lo analizó (muchas veces, la información para un correcto análisis no está disponible o los analistas son subjetivos, dándose conclusiones erróneas).
Así, si bien en muchos lugares se habla de un supuesto gran poderío militar venezolano y algunos hablan de él como uno de los mayores en América Latina, creo que el poder real de sus fuerzas armadas es de los más pobres de la región, con prácticamente nulas posibilidades de hacer frente a EEUU, pero tampoco de hacerlo a las Fuerzas Armadas de países como Colombia. El caso colombiano se puede decir que es el opuesto al de Venezuela, sin material tan llamativo, pero con sistemas más modernos, una mucha mayor operatividad, mejor formación del personal, una gran experiencia en combate y mucha mayor motivación.
Espero que no sea necesario ponerlo a prueba y que la dictadura chavista finalmente ceda el poder para el retorno de la democracia a Venezuela.